Según los antiguos griegos —considerados por muchos los maestros del amor y quienes, afirman algunos entendidos de la materia, experimentaron las más disimiles formas de expresarlo—, la juventud y la experiencia han de andar de la mano para que una relación amorosa sea trascendental.
De acuerdo con el criterio establecido culturalmente entonces, una diferencia de edades alrededor de los 10 años, era el tiempo óptimo para que la pareja pudiese aportarse lo mejor de sí…, por supuesto, mientras durase.
Lo cierto es que en la búsqueda de las experiencias del amor la edad puede o no ser un factor dominante, pues depende del camino recorrido por cada parte de la pareja, la intensidad de su pasión y lo verdadero de su atracción.
Muchos mitos y tabúes se tejen alrededor de las relaciones con diferencias de edades. Intentemos aclarar algunos.
Tiempo para amar
La edad es relativa. Si bien el físico cambia con el transcurso de los años, es más una cuestión de actitud ante la vida la que determina cuánto hemos envejecido en realidad. No es raro toparse con alguien que es joven biológicamente, pero muy maduro mentalmente y viceversa.
La edad cronológica solo significa números, el conteo que se realiza de las vueltas de la Tierra alrededor del Sol no es en ningún momento una medida de cuánto debemos abstenernos por no estar en la “edad apropiada”, porque ¿cuáles son los años estimados para enamorarse o amar a otra persona? ¿Hay una tabla que defina qué debemos hacer a una edad u otra?
El tiempo vivido nada tiene que ver con los sentimientos. El carácter y la inseguridad de cada cual son los que nos llevan a desestimar o reprimir sentimientos que luchan por brotar y hacernos la existencia más placentera o, en su defecto, al menos vivir con el orgullo de haberlo intentado.
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